Nos reciben Maximiliano “Amarillo” Witte, al frente de la casa hace 2 años y medio, y Sebastián, más conocido como el Flaco. Nos confiesan que la noche anterior se quedaron guitarreando Juan Falú y Gerardo Núñez hasta entrada la madrugada. Ese es el espíritu de La Casona.
Fue construida a fines del año 1671 por un tal José Antonio Giménez Arias. Por ese entonces, había un almacén de ramos generales, donde funcionaba el molino. Por el año 1762 pasó a ser mercado artesanal, curtiembre y venta de chicha y especies, más conocidas como “chicherías”.


En las luchas por la independencia fue escenario de la victoria de Zapala, militar de Güemes, y sirvió de abastecimiento para las tropas patrióticas.
Mientras escuchábamos la historia y saboreábamos unas suculentas empanadas de charqui, se empezaron a sentir los primeros acordes y la casa revivió, como cada noche, su tradicional magia.
Avelino
Pronto, a las guitarras se les sumaron un bombo y un cajón peruano. El cancionero circulaba por las mesas con las entrañables canciones del folclore argentino que todos entonábamos sin importar la afinación. Son las letras que ha ido recopilando con cuidado en un cuaderno Avelino.
Avelino es un “gringo” que adoptó esta tierra y su cultura con el alma. En 1996, después de un breve paso por Atacama, llegó al norte argentino. En ese momento, no pensaba dejar su mochila hasta que una noche pasó por La Casona. Después de un viaje familiar a su Inglaterra natal, se despidió de su pub y embarcó sus libros y su piano, decidido a radicarse en Salta.
Uno lo va encontrar yendo de mesa en mesa, saludando a los amigos, siempre con su sombrero puesto y fumando cigarrillos negros, pidiendo que en la peña se toque su canción favorita: La Viuda de Manuel Castilla y Cuchi Leguizamón.
Acompañadas por Avelino y otros salteños, disfrutamos de una auténtica peña hecha a pura improvisación. Nos fuimos cerca de las 3 de la mañana, con la sensación de haber compartido una fiesta folclórica con amigos.